“La situación de crisis global nos pone ante el desafío de emprender un nuevo planteamiento orientado al proceso desde el compromiso de la sociedad civil”. Así concluye la colaboración de Klaus Heidel en el Informe 2009 de Social Watch Deutschland. Heidel presenta así algo que en las filas de las organizaciones de la sociedad civil más bien constituye una rareza: una reflexión crítica acerca de la sociedad civil que nombra límites y escisiones, así como los diversos dilemas a los que se enfrentan los actores de la sociedad civil (Heidel 2009).
Este debate se debería haber dado desde hace mucho. Desde hace muchos años se mantiene obstinadamente la creencia en una sociedad civil global que –en misión histórica– deberá salvar el mundo dado el fracaso político universal de los Estados. Esta posición vivió un renacimiento sobre todo después de la decepcionante cumbre para el cambio climático de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Copenhague 2009. Y esto a pesar de que precisamente el proceso de negociaciones internacionales sobre el clima mostró -con una lente de aumento- cómo y cuánto han crecido en el ínter las diferencias entre los intereses geográficos, ideológicos y de posición de los diferentes actores en el ámbito del cambio climático procedentes de la sociedad civil. (Ya) no se puede hablar de la fuerza en la unidad, de la armonía en las posiciones. A las contradicciones políticas en los intereses se les suman, además, numerosas “inercias” y obligaciones impuestas al trabajo de la sociedad civil. Sobre todo, el acceso a los recursos y las donaciones, así como a la opinión pública (mediática).
Las organizaciones no gubernamentales (ONGs) que se han aventurado en los procesos globales de negociación, como son las negociaciones para el clima, hace mucho que se han visto confrontadas con problemas y dilemas estructurales similares a los que enfrentan los negociadores oficiales de los gobiernos: ¿Quién participa, quién es excluido? ¿Cómo se puede promover la capacidad de negociación y estrategia cuando reinan intereses tan extremadamente heterogéneos? ¿Cuál sería una división inteligente del trabajo con tantos actores participantes? ¿Qué recursos pueden utilizarse de qué manera oportuna? ¿Qué se puede traducir en política real y qué sería deseable desde el punto de vista de la política para el cambio climático (justicia, solidaridad, superar el conflicto Norte-Sur)?
Desde la decepción provocada por el desenlace de la cumbre para el cambio climático en Copenhague muchas organizaciones de la sociedad civil empezaron a reflexionar acerca de su propio papel en los procesos de negociación sobre el clima y, en general, sobre la protección del clima. Jürgen Maier, director ejecutivo del Forum Umwelt & Entwicklung (Foro Medio Ambiente & Desarrollo), demandó en su contribución para el debate de enero de 2010 “plantearse de manera autocrítica la pregunta de en qué medida las ONGs son en realidad corresponsables de la triste balanza de las negociaciones para el clima y si, por lo mismo, deberían corregir el curso” (Maier 2010).
Greenpeace o el World Wide Fund for Nature (WWF), Climate Action Network (CAN) o Friends of the Earth International (FOEI) y Climate Justice Now!: todos estos actores globales discuten a puerta cerrada acerca de su futuro papel en general en las negociaciones sobre el clima y en la política para el cambio climático. A la opinión pública se filtra muy poco. Las preguntas planteadas arriba –según mi propia observación– escasamente desempeñan algún papel. No existe un debate estratégico internacional y que abarque a todas las organizaciones. No existe un actor que pudiera organizar tal debate. No existe, en fin, el centro estratégico para la sociedad civil, ni tampoco existirá jamás.
Aglomeración de muchos colores
¿Quién es esa aglomeración de muchos colores, diversa, agrupada bajo las siglas “ONGs”? ONG significa “Organización No Gubernamental” y es el concepto genérico que se le adjudica a organizaciones de la sociedad civil muy diferentes entre sí, pero también a grupos informales y redes que abarcan varias regiones (Janett 1997). En sondeos realizados entre la población, de vez en cuando obtienen grados de simpatía tan altos que serían el sueño de cualquier político. A veces incluso se les califica de “levadura para un mundo mejor” (Nuscheler 1998).
La actuación de las ONGs no es nueva, y menos todavía en la política para el cambio climático. Desde hace dos décadas no hay conferencia para el cambio climático de las Naciones Unidas que se haya llevado a cabo sin su presencia y sin su intervención en las negociaciones. Desde el comienzo de las negociaciones llevadas a cabo en 1992 durante la Convención marco sobre el cambio climático (United Nations Framework Convention on Climate Change, UNFCCC), las ONGs interesadas han sido incluidas en las negociaciones oficiales. En tanto que ostenten el estatus de organización o institución, pueden registrarse como organizaciones observadoras de las negociaciones. Si al principio había sólo 171 organizaciones registradas, hasta el año 2000 su número aumentó a 530 (Carpenter 2001). Y entre tanto hay más de 1297 ONGs registradas en la UNFCCC. Este elevado número podría sorprender a primera vista, pero las Naciones Unidas aplican un criterio muy amplio, que abarca a todas las organizaciones que no “hayan sido establecidas mediante un acuerdo intergubernamental”. Esto incluye a universidades, asociaciones económicas y empresariales, agrupaciones eclesiásticas o municipios.
Coyunturas del trabajo por el cambio climático
La participación de actores de la sociedad civil en las negociaciones de la ONU relacionadas con el cambio climático ha experimentado diversas coyunturas durante los últimos 20 años. Numerosas organizaciones dedicadas al medio ambiente y a la política para el desarrollo participaron directamente en las negociaciones en torno a y después de la Cumbre de la Tierra “Medio ambiente y desarrollo” llevada a cabo en 1992 en Río de Janeiro. En Alemania la Conferencia de las Partes, conocida popularmente como COP, abreviatura de Conference of the Parties, alcanzó en 1995 en Berlín un alto grado de movilización y de creación de redes a nivel local, nacional e internacional (Walk 1997). El interés en las negociaciones sobre el clima de un amplio espectro de actores de la sociedad civil decayó a más tardar después de la Conferencia de las Partes en Kioto (1997). Sobre todo las organizaciones dedicadas a la política para el desarrollo del Norte y del Sur se retiraron del proceso relacionado con el cambio climático y le dedicaron una mayor atención al tema “clásico” de la pobreza y, sobre todo, de la política comercial internacional: en el ámbito mundial de negociaciones, al proceso de la OMC, para ser precisos. En general se puede afirmar que el cada vez más fuerte movimiento crítico de la globalización tematizó poco o nada los desafíos ecológicos globales. Las cuestiones de reparto y justicia se relacionaron más fuertemente con el tema social que con el ecológico. Discutir sobre el medio ambiente y el desarrollo de manera conjunta ya no contaba con el mismo fundamento en el compromiso por parte de la sociedad civil que el que tuvo en la década de 1990.
Como resultado, la participación de las ONGs durante las COPs anuales casi quedó limitada a las grandes organizaciones ambientales y a las que operan a nivel internacional, como WWF y Greenpeace, las nacionales como el estadunidense o la alemana BUND, redes internacionales como Friends of the Earth International o el Climate Action Network, así como las más nuevas y muy especializadas ONGs como la organización alemana Germanwatch o la británica E3G. Sus especialistas se enfrascaron en los detalles técnicos de las negociaciones, estudiaron las complicadas estructuras de trabajo del proceso de la ONU relacionado con el cambio climático, y aunque criticaron de cuando en cuando algunos instrumentos, como el Clean Development Mechanism (CDM) y el comercio de emisiones, finalmente también los avalaron. En el –mediáticamente muy efectivo– ritual anual se lamentaron los escasos progresos en la puesta en práctica de la reducción de gases demandada por el Protocolo de Kioto y se exigió una mayor transferencia de tecnología y más dinero para la protección del clima. Sin embargo, el proceso internacional de negociación casi no tuvo una retroalimentación con los propios miembros de las ONGs más grandes y resultó prácticamente imposible transmitírselo a una opinión pública más amplia. Ya no se llevó a cabo una amplia movilización a través de las propias organizaciones. Las y los especialistas en el clima de las ONGs formaron un pequeño club de acceso restringido y asumieron un estatus elitista incluso frente a las no menos elitistas delegaciones gubernamentales. También llamó la atención que, con excepción de las redes trasnacionales como Climate Action Network o Friends of the Earth International, la presencia de actores de la sociedad civil procedentes de países del Sur global más bien tendió a ser nula. También organizaciones dedicadas a la política para el desarrollo que actúan a nivel internacional, como Oxfam, estuvieron ausentes durante años.
Esto volvió a cambiar a mediados de la década de 2000. Pero la alarma global para emprender una nueva ofensiva en la protección global del clima esta vez no vino de la sociedad civil, sino de la ciencia dedicada al estudio del clima, que con sus conocimientos alarmó por igual a la opinión pública y a los políticos acerca del dramático progreso del cambio climático. Muchas organizaciones de la sociedad civil cambiaron de nuevo su agenda y se comprometieron otra vez con la protección del clima, en parte dejando de lado las cuestiones comerciales. La OMC estaba out, la caravana de las ONGs encalló de manera masiva en la cumbre para el cambio climático de la ONU en Copenhague en diciembre de 2009. Esa cumbre experimentó la mayor movilización de masas desde que existen las negociaciones para el clima.
Muchos nuevos actores del Norte y del Sur vuelven entonces a intervenir en las negociaciones sobre el clima: organizaciones para el desarrollo, como Oxfam, Christian Aid, o, en Alemania, Misereor o Brot für die Welt (Pan para el mundo), participan activamente de nueva cuenta en la política relacionada con el cambio climático, ya sea en Klima-Allianz (Alianza para el Clima), recientemente fundada en Alemania, o en los países en vías de desarrollo con las contrapartes y los programas correspondientes. También a nivel local –ya sea en el Norte, el Este o en el Sur– hay cada vez más y más iniciativas y organizaciones que se oponen a proyectos energéticos o a otros grandes proyectos errados.
Con estos nuevos actores de la sociedad civil temas “olvidados” o desatendidos, como la justicia climática y la pobreza, han regresado también a las negociaciones sobre el cambio climático. Esto resultó visible y evidente a más tardar en la COP 2007 en Bali, y se manifestó, entre otras cosas, en la fundación de redes transnacionales totalmente nuevas como Climate Justice Now!. La influyente Third World Network se ha establecido en tan sólo tres años como una voz central de la sociedad civil, con gran influencia sobre gobiernos del Sur y en todas las negociaciones intermedias (entre COP y COP) sobre el clima y en las COPs publica diariamente newsletters propias. CAN ha integrado a nuevos miembros, sobre todo del Sur. Ellos le demandaron internamente a CAN debates sobre la justicia climática y el reparto de obligaciones en los objetivos de reducción del CO2 y en las finanzas. La ONG Focus on the Global South organizó en julio de 2008 una Climate Justice Conference en Bangkok, en la que participaron 170 activistas de movimientos sociales y de la ciencia crítica de 31 países. En Mamallapuram, al Sur de la India, CAN invitó en octubre de 2008 a su segundo Equity Summit después de 2001, en el que participaron más de 150 representantes de organizaciones de la sociedad civil de 48 países (Fuhr 2008). De este modo se ha ampliado visiblemente la participación, es menos homogénea y exclusiva. La mayor diversidad y heterogeneidad, no obstante, también ha intensificado los conflictos entre las ONGs y las diferentes representaciones de intereses (organizaciones indígenas o gremiales, feministas y de política de género, sindicatos), etc.
Sin embargo, un factor sigue siendo importante para poder participar en las negociaciones globales: ¿quién tiene el dinero necesario para ello?, ¿quién puede pagar los viajes, los hoteles? También tales cuestiones materiales deciden sobre la participación o la exclusión. Como resultado se ha abierto una brecha entre la comunidad de las ONGs, que separa a los “global players” organizados más bien de forma jerárquica de otras ONGs que disponen de menos recursos o de las organizaciones grassroots y los movimientos sociales organizados espontáneamente.
Fragmentaciones y divergencias
La crisis climática pone en evidencia más qué nunca cuán diferente es la responsabilidad histórica y económica de la crisis y de qué manera tan dispareja se ven afectadas las regiones y las clases sociales por el cambio climático. Esto también queda plasmado en las diferencias de intereses que existen dentro de la sociedad civil. Las contradicciones en los intereses cada vez son más visibles: entre ONGs del Norte y del Sur, entre ONGs y movimientos sociales, entre organizaciones ambientales y de desarrollo. Y se manifiestan también tanto en las posiciones como en el proceder estratégico (trabajo de cabildeo vs. acciones) y en los respectivos niveles de acción (local vs. global). Así, las escisiones no se han podido evitar. Friends of the Earth International salió de CAN, a la que Climate Justice Now!, para empezar, ni siquiera se afilió. Y en general CAN ha perdido su efecto vinculante y su fuerza de coordinación. Los intereses heterogéneos y el mayor número de miembros hacen que sea más difícil buscar concesiones. Precisamente las grandes ONGs, que invierten mucho dinero en estar presentes en las negociaciones sobre el clima, que organizan publicaciones propias y que organizan eventos alrededor de las cumbres y que, sobre todo, quieren aparecer en los medios (mundiales), trabajan otra vez más “por cuenta propia”. No les queda tiempo para debates estratégicos y para buscar concesiones. Además, entre tanto hay diferencias insalvables en cuanto a las posiciones, lo cual hace parecer superfluo el tratar de llegar a un acuerdo: resulta más fácil que cada quien siga su propio camino.
Y entre más se han profesionalizado las ONGs a través del tiempo, mayor ha sido el peligro de que pierdan su contacto con la base y sus aspiraciones de tener una estructura donde esta base toma las decisiones. Y entre más grande sea su influencia sobre los procesos de la política real, más pierden su capacidad de darle voz al bien común. Con frecuencia se pierden en los detalles de sus intereses puntuales. Tienen la mirada puesta en lo que pudiera gustarles a sus donantes. Quien ya no quiere sólo protestar y organizar campañas, sino que se aventura en la cooperación con instituciones estatales para llegar a las antesalas del poder, corre muy pronto el riesgo de sacrificar una parte de su autonomía y de ser instrumentalizado por el sistema. No todas las ONGs salen airosas al verse entre la espada y la pared, entre la rectitud de sus intereses y la importancia de la influencia.
El común denominador: 2º centígrados
Sin embargo, lo que por ahora se puede considerar como un consenso entre todos los actores de la sociedad civil que participan en las negociaciones sobre el cambio climático: todos los que le apuestan al proceso de la ONU, quieren llegar a un acuerdo post-Kioto que se rija por conocimientos científicos sobre el cambio climático y que sea ambicioso, justo y vinculante. Mantener el calentamiento de la tierra por debajo de los 2º centígrados debe ser el parámetro por el que se midan las metas de reducción a mediano y largo plazo –acordadas de manera vinculante en un tratado de la ONU–. Se acepta de manera unánime que para ello las emisiones en todo el mundo se deben reducir hasta un 90% para 2050 a nivel mundial y que, por tanto, se debe introducir lo más rápido posible la descarbonización de la economía. También resulta indiscutible que el Sur global debe obtener apoyo económico y transferencias de tecnología por parte de los países miembro de la OCDE para que pueda retirarse de la economía fósil y adaptarse al cambio climático.
Línea de conflicto 1: reparto de obligaciones entre el Norte y el Sur
No obstante, las diferencias de posiciones empiezan –como también sucede entre los gobiernos– con la cuestión de la reparto de obligaciones. Las controversias al respecto se agudizaron desde que quedó claro que el dique de los 2º sólo podrá mantenerse si además de los países industrializados, principales responsables del calentamiento, también los grandes países emergentes se comprometen en un contrato global a lograr metas de reducción vinculantes. Mientras que algunos consideran rebasada la vieja división de países en las categorías “países del Anexo B” –es decir, aquellos países que según el Anexo B del Protocolo de Kioto hicieron compromisos concretos para la reducción de emisiones– y los “países no-Anexo B”, que no están obligados a hacer reducciones, otros quieren que ésta se mantenga a como dé lugar. Muchas ONGs, entre ellos la Third World Network, el Centre for Science and Environment (CSE) y el grupo regional de la CAN, sostienen la misma posición que los países emergentes de los gobiernos del Sur: no quieren comprometerse a ninguna reducción vinculante mientras que el Norte no haya reducido de manera vinculante y drástica (de ser posible, en un 40% hasta el año 2020) sus emisiones de CO2. Y aquí resulta particularmente importante el papel desempeñado por Estados Unidos, porque de ellos procede de manera constante la demanda de incluir a los países emergentes China e India, pero ellos mismos no quieren aportar a las negociaciones lo que les correspondería dada su responsabilidad histórica y presente. Sin embargo, ONGs de los países miembros de la OCDE también apremian a los gobiernos del Sur a asumir su responsabilidad por la meta de los 2º, sin importar que el Norte se comprometa o no. También siguiendo las posiciones de sus gobiernos, organizaciones de la sociedad civil de los países insulares les demandan a los países industrializados y emergentes ambiciosas metas de reducción. Así pues, con no poca frecuencia las ONGs formulan demandas análogas a los intereses de sus respectivos países y gobiernos. En el forcejeo y el regateo por las respectivas obligaciones de reducción de los Estados nacionales, que de ser posible no les deberán causar desventajas económicas a las economías nacionales respectivas, desgraciadamente las ONGs no siempre toman en cuenta el papel que les ha sido adscrito para “insertarse como organizaciones del ‘tercer sector’ entre las esferas del poder estatal y el poder económico” (Janett 1997).
Así resulta que con frecuencia se convierten en aliados de los gobiernos. Esto se vuelve todavía más problemático cuando se trata de regímenes autoritarios y que violan los derechos humanos, pero que de repente se presentan en el escenario global como defensores de la justicia climática. La justificación que hacen algunas ONGs norteamericanas de ciertas posiciones gubernamentales de Estados Unidos también se puede considerar como parte de este problema.
Línea de conflicto 2: los mecanismos de mercado vs. el cambio de sistema
Esto también es válido en una segunda área de conflicto. ¿Con qué instrumentos debe hacérsele frente al cambio climático? Aquí hay disputas mayores acerca de los así llamados instrumentos flexibles orientados al mercado, como el Clean Development Mechanism, el instrumento de la Joint Implementation (JI), el comercio de emisiones o la reducción de emisiones causadas por deforestación y daño del bosque (REDD – Reducing Emissions from Deforestation an Degradation). Mientras que un grupo grande de ONGs apoya por principio estos instrumentos, aunque acepta la gran necesidad de hacerles reformas, ONGs más bien radicales los rechazan de manera general por no considerarlos adecuados para la protección del clima, la eliminación de la desigualdad y la superación de la pobreza. ”También condenamos su (de los gobiernos del norte; nota de la autora) agresiva promoción de falsas soluciones como el mercado de bonos de carbono (incluyendo los Mecanismos de Desarrollo Limpio y el mecanismo de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Forestal, en países en desarrollo); tecno-soluciones como los agrocombustibles, megarepresas y energía nuclear; y ciencia ficticia como el secuestro y captura del carbono. Estas supuestas soluciones lo que harán será exacerbar la crisis climática y profundizar la inequidad global.”
Algunas ONGs que hace aproximadamente 10 años criticaron al Protocolo de Kioto respecto de algunos de sus elementos básicos –por ejemplo, el comercio con certificados de emisiones o el dudoso intercambio de sumideros de gases de efecto invernadero por emisiones por el consumo energético– hoy lo defienden vehementemente contra ONGs y movimientos sociales de reciente aparición, que desprecian al actual proceso climático, incluyendo a los representantes de las ONGs involucradas, en última instancia por considerarlo una legitimación y estabilización del sistema económico acorde con el status quo. ¿Necesitamos “crecimiento verde” al estilo del capitalismo renovado o más bien un cambio de sistema para evitar el colapso?
Por otra parte, son sobre todo algunas organizaciones indígenas las que esperan que el nuevo mecanismo REDD les brinde financiamiento para la protección del bosque. Quieren beneficiarse de él, mientras que otros lo consideran como un nuevo escondrijo para que los países industrializados evadan su responsabilidad. También grandes organizaciones de protección a la naturaleza como The Nature Conservancy (TNC), que opera globalmente en la protección a la naturaleza con cientos de millones de dólares, se ven a sí mismas como beneficiarias de REDD e intensifican desde hace años su trabajo de cabildeo a su favor. Es decir que desde hace un largo tiempo son parte de las nuevas opciones e intereses de la economía vinculada con el cambio climático. Éstas son sólo algunas de las líneas de conflicto que acaban con el mito de que las ONGs o los movimientos sociales van en el mismo barco o hablan con la misma voz.
Local vs. Internacional
También en las formas y los niveles de acción existen grandes diferencias. Con motivo de las negociaciones de la ONU para el cambio climático en Copenhague 2009 se creó una amplia alianza para la gran manifestación por el clima. Sin embargo, no puede pasarse por alto que algunas de las ONGs siguen considerando que sus actividades de cabildeo en el centro de negociaciones les auguran éxitos, mientras que otras organizaciones y agrupaciones miran con desprecio esta forma de proceder. En lugar de que exista un intercambio sobre estrategias complementarias y una inteligente división del trabajo, más bien se observan delimitaciones radicales entre las diferentes ONGs y los grupos y movimientos sociales, que cada vez quieren tener menos que ver entre sí. Aunque todavía la gran mayoría de quienes están activos en la política para el cambio climático se siguen refiriendo a la ONU como el proceso adecuado para un acuerdo global, cada vez se escuchan más críticas también a este respecto.
Se dice que demasiados recursos se enfocan en el proceso global, en lugar de utilizarlos de manera concreta en los lugares específicos, a nivel local, para una mayor protección del clima. En el mismo sentido se expresa también Jürgen Maier cuando pregunta “¿[…] se invierte de la mejor manera la limitada fuerza de las ONGs cuando se moviliza todo […] para obtener un contrato por consenso de las Naciones Unidas?” Y “[…] debemos plantearnos la pregunta de si la velocidad excesivamente lenta del proceso de la ONU puede proporcionar las respuestas que necesitamos.” En última instancia aboga, como lo hacen muchos después del fracaso de Copenhague, por una concentración más fuerte e incluso exclusiva en actividades y acciones relacionadas con el cambio climático a nivel nacional y local. “Los cambios deberán darse entonces de otra manera. Si es cierto que el cambio climático está sucediendo tan rápidamente que no tenemos tiempo que perder, entonces también las ONGs tienen el deber de concentrarse en aquellas actividades que prometan los resultados más inmediatos.” (Maier 2010)
En última instancia Maier está intercediendo por una división del trabajo estratégica, en la que la mayor parte de la sociedad civil se concentre en los procesos de cambio in situ, dejándole a un pequeño resto conformado por diplomáticos y diplomáticas y representantes de las ONGs el proceso de negociación que conduzca a un acuerdo sobre el cambio climático. Si la política para el cambio climático es, por excelencia, una política que se desarrolla en varios ámbitos, entonces tiene poco sentido que se promueva la confrontación mutua de los diferentes ámbitos de acción. Más bien se requiere de un intercambio acerca de la manera correcta de aplicar los recursos y de los posicionamientos políticos. Sólo quienes ya no esperan nada o consideran irrelevante el proceso de la ONU sobre el cambio climático, pueden, en última instancia, delegar las negociaciones internacionales en algunos autodenominados cabilderos de las ONGs, sin reflexionar acerca de su papel y de su vínculo con la política y la sociedad (legitimación, obligación de rendir cuentas, etc.). ¿Pero dónde ha de llevarse a cabo el balance de intereses internacional entre el Norte y el Sur, dónde deberán distribuirse de manera justa en el futuro los recursos restantes para las emisiones, si no en la ONU?
Conclusiones
No cabe duda: desarrollar ideas y formular demandas de cómo mejorar el mundo forma parte de la política básica de las ONGs y de los movimientos sociales. Pueden confrontar al mundo de los imperativos políticos y burocráticos y de los gravosos compromisos con los ideales y las utopías que con frecuencia son sofocados en su origen en la cotidianidad política. Y gozan del privilegio de poder ver más allá del breve horizonte de los plazos electorales y de poder hacer propuestas que con frecuencia son consideradas tabú en la política por razones de táctica electoral.
Sin embargo, hace mucho que las ONGs son más que fábricas de ideas. Organizadas crecientemente a nivel global, ellas y sus redes conforman los núcleos organizativos de una opinión pública y una sociedad civil internacionales. De esta manera pueden fungir como un contrapeso al capital, ya desde hace mucho organizado internacionalmente, a los consorcios internacionales y a las alianzas económicas con sus escuadras de influyentes cabilderos y cabilderas. Y pueden movilizar a las masas: contra la construcción de mega presas, contra centrales nucleares y plantas térmicas de carbón. También han logrado llevar a las calles de muchas ciudades capitales en el mundo a decenas de miles durante rondas del comercio mundial y en cumbres para el cambio climático. Así obstaculizan el funcionamiento de los engranajes de la política guiada por el poder y fuerzan a que se alcance un poco más de transparencia y opinión pública.
No obstante, aunque con derecho se les considere a nivel mundial como un contrapeso democrático a los poderes económicos y políticos, las ONGs con frecuencia ven cuestionada su legitimidad. Es posible que las encuestas de opinión confirmen su alta estima entre la población, pero esta aceptación transmitida de manera demoscópica no les otorga una legitimación democrática. ¿En nombre de quién hablan sus funcionarios, sobre cuya elección las y los pequeños donantes no tienen influencia alguna? A lo sumo representan a una comunidad virtual. El mito de las organizaciones comprometidas con los objetivos nobles y con una base democrática fue roto por los carteles solicitando fondos en las paradas de autobuses o incluso por amargos escándalos de donaciones, aun cuando éstos últimos sean todavía casos aislados.
A pesar de que tienen en común que quieren salvar el mundo, las ONGs siguen siendo una aglomeración diversa, que sólo de manera esporádica y a jalones y empujones puede ponerse de acuerdo sobre mensajes conjuntos. Cumplir una función de perro guardián en la política, pues muchos ojos ven mucho, o proponer una gran cantidad de ideas y alternativas, pues muchas cabezas piensan mucho: esto se halla claramente del lado del haber. Sin embargo, en todas partes las ONGs sólo logran por breves momentos consagrarse a una dirección estratégica y temática conjunta. Aunque, ciertamente, ¿quién podría tomar tales decisiones centrales en un movimiento sin un organismo central?
La fragmentación y diferenciación del compromiso de la sociedad civil en el contexto del cambio climático es más grande que nunca. Éste es un hecho que, al hacer un análisis preciso, ayuda a despedirse de la imagen armónica de una sociedad civil a la que se le concede una mayor competencia en la solución de problemas que a “la” política. Las ONGs y los movimientos sociales deben buscar generar entre ellos el debate en torno a los diversos conflictos de intereses y de diferencias de posición. Ni siquiera las redes fundadas en años recientes (CAN, Forum Umwelt & Entwicklung, Klima-Allianz) parecieran ser capaces de organizar tales discusiones estratégicas y autoreflexivas. Pero las formas de proceder sectoriales, fragmentadas y contradictorias tampoco son la respuesta a las crisis globales en el mundo. Sin que se tengan que barrer abajo del tapete los conflictos de intereses: se necesita encontrar nuevas formas de intercambio y de dirimir los conflictos para una sociedad civil global y diversa.
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